Prologo.
La casa
estaba ardiendo, los bomberos acababan de llegar con sus mangueras, pero el
incendio era tan grande, que apenas podían controlarlo, se oía a la gente
gritar asustada, otros rezaban por los que podían estar en su interior
quemándose, con suerte podrían salir con vida no hacía mucho que el incendio se había propagado.
Muchos se preguntaban que habría ocurrido.
El incendio ya estaba casi apagado, solo un poco de humo salía del
montón de escombros que horas antes era una casa, los bomberos estaban ahora
dentro con algunos policías averiguando que había producido semejante incendio.
Por suerte, solo uno había salido con vida de aquel horror, un niño de seis
años que se había escondido en el armario de su habitación, tenía una mantita
roja puesta sobre su cuerpo, sollozaba de vez en cuando, mientras un policía
robusto, con un bigote muy gracioso sobre sus labios lo abrazaba contra el de forma
cariñosa, la gente los miraba con tristeza, ya se habían enterado el niño y el
policía eran padre e hijo, la madre del primero había muerto en el
incendio.
–Agente González, me parece que hemos encontrado lo que provoco el fuego-dijo
un bombero acercándose al policía que abrazaba a su hijo, el hombre dejo el niño
con otro compañero y se apartó con el bombero para que el pequeño no tuviese
que escucharlo.
-¿Qué ha sido?-pregunto
este, intentando que su voz, sonara firme en aquellos momentos, había perdido a
su mujer, pero tenía que mantenerse fuerte, por el bien de su hijo.
–Una
cerilla-contesto el bombero con voz sombría mientras al otro lado de la acera
una figura observaba la escena de pie con una sonrisa, tapada con una manta
negra y con algunos agujeros de tanto que había sido usada.
La niña de
la cesta de mimbre.
Miraba los
informes con un odio profundo, todos eran iguales, una casa una cerilla y un
incendio. Llevaba tres años tras estos casos y nada sacaba en claro, nadie había
visto a nadie antes de ningún incendio, muchas de las personas que habían sido víctimas
ni siquiera tenían cerillas en casa, ahora solo usaban mecheros. No se entendía
el por qué, ni el quien, ni el cómo, ni siquiera el cuándo. El mismo había
sido víctima del asesino de las
cerillas, por desgracia aquel día como todos estaba en comisaria trabajando y
aquel loco se había llevado a su mujer por delante, temía por la vida de su
hijo él había sido un superviviente.
–Alejandro…son horas de volver a casa-le dijo una de sus
compañeras-¿Sigues con esos casos? No te vuelvas loco tú también, nos gustas
más cuerdo-dijo la chica asomada a la puerta aun con su uniforme puesto sonriéndole, el no
contesto cogió su chaqueta, los informes y salió de su pequeño despacho a la
fría y gélida calle, no le gustaba nada el invierno, sobre todo por el frío que
hacía.
Mientras
caminaba pensaba en los casos del asesino de cerillas, todos los días le daba
vueltas al tema, tratando de encontrar un patrón para pillarlo, pero actuaba a
cualquier hora, cualquier día y ni siquiera había una sola huella de él. Los
incendios borraban toda huella que les pudiera ayudar. Mientras cavilaba y
caminaba, una niña con un pequeño cesto de mimbre trataba de vender cerillas a todo aquel que
pasaba por su lado, Alejandro la observo unos instantes, iba descalza, sus
ropas estaban rotas y sucias apuro el paso y se acercó a ella cuando estaba el
uno frente al otro la niña lo miro: tenía
el pelo rubio pero estaba tan sucio que apenas le lucia, las puntas de este
hacían pequeños bucles, sus ojos reflejaban una tristeza muy grande en una cara
regordeta sucia y llena de pecas.
-¿Y tus padres?- pregunto Alejandro muy serio.
–No
tengo-contesto la niña sin más con una voz aguda y tímida.
-¿Qué años tienes?-volvió a preguntar el dispuesto a llevársela de allí
si hacía falta.
–Diez
señor…por favor cómpreme unas cerillas para comer algo-pidió la niña con voz apenada.
–No puedes pedir en la calle…ahora mismo te vienes conmigo-dijo el
bastante enfadado, como hubiese unos padres detrás de aquella niña, se iban a
acordar de su nombre el resto de sus vidas.
–Si no va a comprar cerillas, váyase-contesto la niña con una mirada
gélida, ya no trasmitía tristeza, ni miedo.
–No
te voy a dejar aquí, vamos-dijo Alejandro con suavidad, igual estaba siendo
duro con una chiquilla que llevaba sabe dios cuanto en la calle.
–Me compra las cerillas, ¿si….o no?-pregunto la niña con un tono muy
poco dulce para una niña mirándolo a los ojos, jamás una mirada lo había
incomodado tanto.
–No,
ven conmigo-insistió Alejandro con un tono más cariñoso mirándola, la niña
también lo miraba y mientras lo hacía, sin apartar un solo segundo los ojos
saco una sola cerilla de una de las cajas y se la puso a Alejandro en la mano,
el miro aquella cerilla, sin comprender lo que hacia la niña.
–Guárdela…le dará suerte-dijo la
niña sonriéndole de oreja a oreja y con una mirada llena de ternura. Luego se
echó a correr con su pequeña cestita de mimbre. El corrió tras ella, pero
enseguida la perdió entre aquellas callejuelas abarrotadas de gente y de
coches, suspiro enfadado consigo mismo, tenía que haberla cogido del brazo y obligarla
a ir a comisaria con él. Alejandro volvió a mirar la cerilla, a pesar de todo
la niña había sido amable decidió volver a casa aunque ahora tenía más en que
pensar, aquellos informes sobre el asesino de las cerillas le tenían loco y
ahora esa niña vagabunda, decidió que mañana volvería a ver si estaba en el
mismo sitio, la próxima vez no se le escaparía.
La primera
sospecha.
La casa
estaba a oscuras, no se oía ningún ruido. Alejandro miro entonces el colgador
del recibidor y vio que la chaqueta de su hijo no estaba, seguro que había ido
al parque con la niñera. Colgó su vieja chaqueta marrón y se fue al despacho que tenía en casa, dejo
los informes sobre la mesa y se sentó en la silla unos segundos. Miro la
habitación en silencio, era un cuarto pequeño con un escritorio, un ordenador
de los antiguos y un lapicero con un solo boli, en la pared solo estaban
colgados los dibujos de su hijo y alguna foto, pero en ninguna estaba su mujer,
esas las tenía guardadas bajo llave. Cerró los ojos y pensó en los casos, tenía
que dar con el asesino inmediatamente antes de que volviera a actuar, los abrió de sopetón y cogió uno de los informes, decidió leerlo
por octava vez ese día. Todos eran exactamente iguales y la clave estaba en las
cerillas, habían registrado las casas de arriba abajo, no había ninguna caja de
estas, por lo que el asesino probablemente, tirara la caja y se quedara con una
sola cerilla. Alejandro sacó entonces la cerilla que le había regalado aquella
niña, quizá el asesino le había comprado a ella las cerillas, tendría que
encontrarla y preguntárselo. Con suerte
ella se abría fijado en su cara y podrían dibujar un rostro de él, aunque fuera
aproximado ya sería más de lo que tenía ahora. El sonido estrepitoso de un
telefonillo lo saco de su ensimismamiento, se levantó con rapidez y cruzo el
largo pasillo, hasta la pequeña sala donde este se encontraba. No esperaba
ninguna llamada por lo que la preocupación se apodero de él, igual era la
niñera de su hijo.
-¿Diga?-pregunto Alejandro.
–Alejandro,
menos mal que eres tú, tienes que volver a comisaría ahora mismo, tu despacho
se ha quemado-le dijo su capitán al otro lado, no daba crédito a lo que oía,
respiro hondo un par de veces y pregunto.
-¿Pero cómo?, no
he dejado nada encendido, estoy segurísimo- dijo Alejandro manteniendo la calma
y la firmeza en su voz.
–Aun
no lo sabemos, los bomberos están examinándolo todo, ven a comisaria-dijo su
jefe luego le colgó sin esperar respuesta. Alejandro miro el teléfono, algo en
su fuero interno le decía que era el asesino de cerillas, probablemente querría
quemar los informes ¿Pero con que motivo?, se preguntó Alejandro. Dejo una nota
para cuando volviera su hijo y la niñera y salió nuevamente de casa hacia la comisaria.
Una
vez allí se dirigió hacia su despacho, por suerte no estaba demasiado quemado,
habían usado el extintor de emergencia y se había podido salvar algunas cosas,
noto una mano sobre su hombro y miro de
rejo para ver a su jefe, un hombre regordete, de pelo muy corto y sonrisa
agradable.
–No sé
qué estás haciendo, pero va tras tuya-le dijo el jefe y para que entendiese de
que hablaba le mostro una bolsa de plástico donde Alejandro vio lo que quedaba
de una cerrilla toda quemada.
–
¿Se puede sacar alguna huella?-pregunto Alejandro mirando la cerilla.
–Voy a preguntar en laboratorio, pero ten mucho cuidado de todas
formas-dijo su jefe mirándolo preocupado, luego se marchó con la única prueba
del incendio al laboratorio. Alejandro se quedó pensativo mientras miraba su
despacho y se le vino a la cabeza la
niña que vendía cerillas en la calle, tenía que dar con ella para preguntarle.
Sin despedirse de nadie salió de comisaria y corrió por las calles, miraba su
reloj de vez en cuando quizá con suerte volvería estar en el mismo punto
vendiendo. Doblo la última calle y se paró en seco para ver si la veía, allí
estaba. Decidió acercarse con cuidado y cuando estaba muy cerca de espaldas a
ella la cogió del brazo, la niña asustada lo miro, pero no profirió ningún
grito.
–Tranquila, no te voy a hacer nada…soy el chico de esta mañana, me
regalaste una cerilla, ¿recuerdas?-la niña asintió mientras hacía fuerza para
soltarse-Espera, necesito que me ayudes… ¿Has vendido muchas cerillas hoy?-pregunto
el con suavidad, la pequeña asintió mirándolo- Bien, ¿alguien te está comprando
cerillas todos los días, o una vez a la semana…o quizá una vez al mes? Estoy
buscando a un hombre muy malo y creo que te compra a ti las cerillas…si
recuerdas algo me ayudarías mucho-dijo Alejandro mirándola, se fijó que la niña
se mostraba pensativa hasta que pareció que se acordaba de algo y mostro una
pequeña y escueta sonrisa.
–Un hombre, con un sombrero y barba-contesto
finalmente.
– ¿Y cómo es? ¿Es alto, bajo…gordo?-pregunto Alejandro sacando la
libreta y apuntando, luego miro a la niña esperando la respuesta.
–Es bajito y regordete, con un gran lunar en la mejilla, su nariz es
pequeña y su piel algo morena, el pelo parece rizo y marrón-contesto la niña
con dulzura.
–¿Cada cuanto viene?- pregunto Alejandro sonriéndole a la niña
-A fin de mes-contesto ella.
–Perfecto, muchas gracias…y ahora señorita te vienes conmigo, vamos-dijo
el cogiéndola del brazo, pero esta se revolvió le dio una fuerte patada en las
piernas y volvió a salir huyendo ante los ojos incrédulos de Alejandro. Al
menos ahora tenía al asesino, solo tenía que esperar a fin de mes y cazarlo .Por
fin ese loco estaría metido entre rejas.
Una nueva
cerilla.
Eran las
ocho de la noche. Alejandro vigilaba oculto desde una esquina de la calle a la
niña de las cerillas. Era fin de mes, había ido todos los días a vigilar su
puesto para pillar al posible asesino de las cerillas, aún no había aparecido,
por momentos pensó que la niña pudo haberle mentido, hasta que hoy por fin lo
había visto. La pequeña tenía razón, era bajito, regordete y con un lunar
grande en la mejilla derecha, no cabía ninguna duda, era él. Observo como
compraba una caja de cerillas mientras hablaba con la niña, en cuanto vio que él
se iba, Alejandro lo siguió a distancia, ocultándose entre el gentío y los
coches yendo detrás de aquel sospechoso, sin perderle la pista. Caminaron unas
cuantas manzanas, hasta que Alejandro observo que habían llegado a lo que se
conocía como el barrio rico, calles cuidadas, policías, gente con dinero, casas
grandes. Era la primera vez que estaba allí, la verdad es que él, a pesar de
poder permitírselo siempre le había gustado más la vida humilde y sencilla.
El hombre paro
frente a una casa alta de tres pisos,
con las paredes blancas inmaculadas y unos grandes ventanales al frente.
Alejandro observo que el hombre al que seguía, entraba en esa casa, y decidió
acercarse a alguna ventana con cuidado para ver si veía algo. En la primera a
la que se asomó, vio a una mujer, que en
la sala, a la luz de una gran chimenea ganchillaba una gran bufanda rojo
granate. El sospechoso dejo la nueva caja de cerillas sobre la chimenea. Podían
ser culpables los dos, o quizá serlo ella, él le compraba las cerillas, y ella
cometía los delitos ¿Pero con que motivo?, se preguntó Alejandro mientras se
apartaba de la ventana, podría entrar y hablar un poco con ellos. Un pequeño
interrogatorio, pero no tenía motivos suficientes para hacerle preguntas,
aunque sin duda le contestarían a cualquiera de ellas para demostrar su
inocencia. Mientras cavilaba todo esto, se acercó a la gran puerta y timbro en
el pequeño timbre que había a la izquierda, espero de pie varios minutos hasta
que vio que una sombra se movía bajo la puerta.
-¿Quién
es?-pregunto al otro lado una voz masculina y fuerte.
–Soy el agente Alejandro González, necesito hablar con los propietarios
sobre un asunto-contesto Alejandro, mientras veía como a los pocos segundos la
gran puerta se abría, y el hombrecillo que había descrito la niña de las
cerillas, estaba ante sus ojos.
– ¿Sobre qué?-pregunto el hombre de mala manera.
–Sobre unos asesinatos, en
los que creemos que está implicado alguien, que le compra cerillas a la niña,
que las vende, cerca del río west ¿Le suena de algo?-pregunto Alejandro.
–
¿La niña? Sí, claro sí yo le compro las
cerillas todos los meses, tenemos una chimenea en casa, puedo comprar las
cerillas en cualquier otro sitio, pero me da pena la pobre y se las cojo a ella…
¿Soy sospechoso por eso?-pregunto el hombre.
–Si, en principio si-dijo Alejandro.
–Esto es absurdo, hay mucha gente que compra cerillas, no solo esa niña
las vende ¿sabe?, hay supermercados y otros sitios donde hacerse con una
cajetilla de esas, yo las uso para la chimenea, nada más-dijo el hombre con
tranquilidad.
–La
niña lo ha descrito a usted, como la persona más habitual, que le compra
cerillas, me gustaría que usted y su mujer se presenten mañana en comisaría
para hacer una confesión, si no hay nada que ocultar, no tiene nada que
temer-le contesto Alejandro.
–Por mí, voy ahora mismo-le respondió el hombre con mala cara.
–No,
ahora es tarde, pero le espero mañana a las once, si yo no estuviese por algún
motivo, le dejare dicho a mi compañera las preguntas para que se las hagan, así
no tendrán que volver. Que tenga buena noche, caballero-dijo Alejandro
alejándose por donde había venido, oyendo el sonido de la puerta de aquel
hombre, cerrarse de un fuerte portazo.
Puede que ese hombre no lo supiera, pero ese comportamiento solo hacía
que pareciese más culpable, y Alejandro sentía que tenía al asesino en sus
manos, empezó a escribir las preguntas en su pequeña libreta. Tenía que tenerlo
todo bien preparado para tenderles una trampa y que confesaran, debía pensar
bien las preguntas. Mientras escribía y caminaba empezó a sentir que alguien lo
seguía, guardo la libreta a buen recaudo y puso su mano sobre la pistola que
llevaba debajo de su vieja chaqueta marrón. Nunca iba con el uniforme, creía
que con eso no se lograba nada, salvo asustar a la gente, y hacer que huyeran
los ladrones, por lo que iba vestido de calle: con unos sencillos vaqueros sus
deportivos de vestir, una camisa algunas veces blancas y otras azules, y su
chaqueta marrón. Decidió detenerse unos instantes y oyó que los pasos se
pararon no muy lejos de él, en esta situación no podía regresar a casa, se
preguntaba si era le primera vez que esa persona le seguía, o ya le había
seguido varias veces. Cogió su arma se dio la vuelta con rapidez y apunto a la nada, allí no había nadie,
suspiro fuertemente y guardo de nuevo su arma sin perder de vista la calle,
esperando a ver si algo se movía.
Cuando vio que todo estaba bien, siguió andando hacia su casa, con un
paso más apurado, para llegar a la hora de la cena lo antes posible. Cruzó las
calles rápidamente y cuando menos se dio cuenta había llegado a su barrio y a
su casa. Entro en casa, dejo la chaqueta
en el recibidor, y fue a la sala a saludar a su hijo y luego fue a la cocina a saludar
a la niñera para ver qué tal había ido el día, cuando vio aquella cerilla sobre
la encimera.
–¿Y
esa cerilla?-pregunto Alejandro metiendo la mano en el bolsillo de su pantalón
para ver si la que el tenia seguía allí, y ahí estaba.
–Nos la dio una niña que
las vendía, en el parque donde llevo a Nico-contesto la niñera.
–¿Os la dio?,¿Por qué?-pregunto Alejandro mirando la cerilla, como si
fuese alguna especie de enemigo.
–Me las quería vender, pero como aquí no usamos cerillas, le di las
gracias y le dije que no, me la dio para que me diera suerte- contesto la mujer
con una sonrisa mientras Alejandro cogió la cerilla que estaba sobre la mesa y
la que tenía guardada tirando ambas a la basura, sin saber que al otro lado de
la ventana, en la otra acera. Una pequeña figura tapada con una manta, lo
observaba con una tenue sonrisa.
Incendio.
Alejandro
miro de nuevo su reloj, ya eran las once de las noche. Con un suspiro profundo,
decidió irse ya a cama, subió las escaleras con cuidado de no hacer ruido y se
metió en su cuarto. El pijama ya lo tenía puesto asique, solo tuvo que abrir la
cama y meterse en ella. Aun cavilo unos minutos dándole vueltas a los casos del
asesino de las cerillas, mientras daba vueltas en la cama hasta que finalmente
se quedó dormido profundamente balbuceando cosas ininteligibles.
Se despertó unas horas después, al sentir unos ruidos. Alejandro froto
los ojos mientras se sentaba en la cama y miro el reloj, que tenía sobre la
mesilla de noche vio que ponía las cinco de la mañana. Dejo de mala gana el
reloj en su sitio y volvió a frotarse nuevamente los ojos, cuando sus ojos se
acostumbraron a la oscuridad, observo que en la silla que tenía en la
habitación había alguien sentado, que lo miraba fijamente. Alejandro no lograba
verle la cara, mientras lo miraba. Entonces la figura se echó a reír de una
manera escalofriante mientras se levantaba.
-¿Quién eres?-pregunto Alejandro mirando a la figura, tratando de
mantener la calma. Miro de reojo la pistola colgada de su funda en el pomo del
armario, pensando cuanto tiempo le podría llevar, levantarse y cogerla,
entonces vio que la figura sin contestar sacaba una cerilla, la pasaba por la
caja y la encendía, luego volvió a reírse mientras se acercaba a Alejandro con
la cerilla encendida y la echo sobre la cama, la cual empezó a arder rápidamente,
la figura se echó a correr y cerró la puerta tras de sí. Alejandro se levantó
de la cama y cogía entonces su pistola, le dio una patada a la puerta, pero
esta no se abría, él no sabía que al otro lado un mueble pesado bloqueaba la puerta.
– ¡Papá!-oye gritar a Nico, la desesperación se apodero de Alejandro, el
fuego de su habitación cada vez era mayor, el sudor corría por su cara. Pero no
desistió volvió a darle varias patadas a la puerta, pero esta no cedía,
entonces disparo al pomo y corrió hacia la puerta hasta chocar con ella. La
puerta se movió un poco, fue entonces cuando vio el mueble del pasillo de
arriba, colocado de forma vertical. Estaba claro que no podría salir de allí
por la puerta, asique tendría que ser por la ventana. Alejandro cogió impulso y
salió por la ventana, sin importarle cuanta distancia podría haber de esta al
suelo. La caída fue más aparatosa de lo que le hubiera gustado, se había dado un
golpe en un lado de la cabeza, y ahora se notaba desorientado mientras oía de
fondo las sirenas de los bomberos.
Cuando Alejandro despertó, estaba dentro de una ambulancia, pero nadie
estaba allí con él, por lo que se quitó la manta de encima que lo tapaba, y se
bajó de la camilla, saliendo luego de la ambulancia por su propio pie.
–Alejandro, vuelve
ahí dentro ¿A dónde te crees que vas?-oyó la voz de su jefe mientras Alejandro
caminaba hacia su casa-quieto ahí amigo…si buscas a tu hijo está en la otra
ambulancia, está bien, y la niñera también…-le dijo su jefe poniéndose entre
Alejandro y la casa visiblemente quemada por fuera.
–Necesito
entrar dentro…quiero mirar una cosa-dijo Alejandro.
–No
vas a mirar nada, los bomberos y algunos de tus compañeros están dentro, van a
sacar lo que puedan de ahí, que este bien, y os vais a otro sitio, no vas a entrar-
le reprocho su jefe.
–Mi
casa se ha quemado, el asesino de cerillas ha estado ahí, lo he visto…no me
digas que hacer-dijo Alejandro furioso.
–Dime que
quieres que mire, lo mirare por ti, pero no vas a entrar, si hace falta te
detengo Alejandro…lo digo muy enserio-le respondió su jefe.
–La basura…mira
la basura, y dime si hay dos cerillas allí dentro tiradas, asegúrate bien que
están ahí por favor-contesto Alejandro más calmado.
–Muy bien, eso hare, pero vuelve a la ambulancia ahora mismo, yo mismo
te traeré la papelera-le dijo el jefe, Alejandro asintió y volvió medio
cojeando a la ambulancia, allí se sentó un rato y pensó en lo que había
sucedido, dándole vueltas a todo.
-¡Papá!-la
voz de su hijo lo saco de su ensimismamiento, Alejandro se bajó de la camilla y
se acercó a él para ayudarlo a subir a
la ambulancia. Lo cogió mientras miraba a María la niñera de Nico, que sonría
suavemente mientras Alejandro estrujaba al pequeño contra su cuerpo.
–Alejandro, tengo lo que me pediste, no están dentro-dijo su jefe
acercándose allí con la basura, Alejandro sentó al pequeño en la mesilla y miro
el por sí mismo en la basura, efectivamente las cerillas que había tirado la
noche anterior no estaban allí.
–Ya se quien ha sido…-dijo Alejandro mirando la basura, luego bajo de la
ambulancia y se acercó a su jefe-hay una niña que vende cerillas cerca del rio
West…ella es la que quema las casa-dijo Alejandro en bajo.
–Se de quien me hablas, el otro día me la encontré vendiendo las
cerillas cuando salí del supermercado con mi mujer, pero Alejandro, esa niña
tiene diez años ¿Cómo puedes pensar que una simple niña puede hacer algo así?,
¿Qué motivo podía tener?-pregunto su jefe.
–
¿La viste?, ¿Le has comprado cerillas?-pregunto Alejandro con ansiedad.
–No, la verdad
es que no…pero me regalo una para que me diera suerte-contesto el jefe
mirándolo.
–Dios mío…eso es, ese es el motivo, decide matar a aquellos que no le
compran cerillas…supongo que sigue a su víctima para saber dónde vive, entra en
casa y la quema-dijo Alejandro.
–No digas tonterías, Alejandro, es una niña-repitió el hombre.
–Es la verdad, y si no actuamos rápido ira a
por tu mujer, usa la cerilla que te regala para quemar tu casa, a mí me regalo
una y a María mi niñera, le regalo otra, ayer las tire a la basura y ahora no
están-respondió Alejandro, el silencio se hizo entre los dos hombre, la tensión
se podía percibir perfectamente. Alejandro vio como en los ojos de su jefe se
reflejaba una gran preocupación, si eso era verdad, esa niña podía estar ahora
mismo en la casa de su jefe, no le dio tiempo a decir nada más, su jefe se
subió al coche y arranco con rapidez hacia su casa, con el corazón en la boca
de la preocupación.
A la espera de noticias.
Alejandro,
estaba sentado en la cama del hospital al lado de su hijo, el cual dormía
pacíficamente, aunque todo era gracias al sedante que le habían puesto, para
que descansara un poco. María la niñera, estaba allí con ellos, sentada en una
de las sillas, en silencio observando a Alejandro acariciar la cabeza del
pequeño con suavidad. De vez en cuando Alejandro caminaba por la pequeña
habitación, hacía por lo menos media hora que estaban en el hospital y aun no
sabía nada ni de su jefe, ni si estaría bien y aunque le preguntaba a sus
compañeros ellos no le decían nada tampoco. Aun llevaba el pijama puesto, le
habían traído algunas de sus ropas, aunque era poca cosa, teniendo en cuenta
que el resto en su habitación estaba quemado pero se negaba a vestirse todavía
quería estar con Nico, así que permanecía en pijama y su ropa seguía en la
bolsa que le habían traído. La puerta de la habitación se abrió y entraron dos
compañeros de Alejandro con mala cara, él se acercó a ellos y se quedaron los dos en una esquina de la habitación.
-¿Sabéis
algo, verdad?-pregunto Alejandro muy bajito.
–Acaba
de llegar el jefe, con su mujer...No pinta bien la cosa, ella venía en camilla
y parecía muy grave, el jefe creo que solo inhalo algo de humo, y venía con una mascarilla de
aire. Iremos a preguntar dentro de un rato, con lo que sea te avisaremos ¿Cómo
estáis por aquí?-pregunto su compañero.
–Bien, tranquilos, Nico descansa y María esta perfecta-dijo Alejandro
mirando a su hijo.
-¿Y
tú?- pregunto su compañero.
–Bien,
pero me están cansando las enfermas con tanto insistirme para que vuelva a mi
habitación-dijo Alejandro.
–No
saben, con quien hablan eso desde luego…bueno iremos a ver cómo está el jefe,
vendremos a contarte más tarde –Alejandro asintió mirando a sus compañeros dejo
la puerta medio abierto, luego miro la bolsa de la ropa entro en el baño y se
vistió. Salió unos minutos después con unos vaqueros desgastados y una camisa
que hace algún tiempo era blanca, ahora había perdido algo su color y era
grisácea. Remango los puños hacia atrás mientras miraba a su hijo, luego a la
niñera.
–Voy a ver a mi jefe a ver qué ha pasado, quédate con Nico, si pregunta
por mí, dile que estoy bien, ya sabes…lo de siempre no tardare mucho-dijo
Alejandro sonriendo dulcemente, luego salió de la habitación y camino por los
largos y anchos pasillos del hospital preguntando a todo aquel que se cruzaba
para saber a dónde dirigirse hasta que
finalmente vio a uno de sus compañeros en uno de los pasillos frente una
puerta.
-¿Qué
sabes?-pregunto Alejandro mirando la puerta cerrada. –El
jefe está descansando su mujer está en la UCI, dijeron que estaba grave pero
que había posibilidades de sacarla adelante con un poco de suerte-dijo el
muchacho pálido y de aspecto desgarbado.
– ¿Supongo que no dejan entrar, no? –pregunto Alejandro, el muchacho
negó con la cabeza sin contestar, Alejandro asintió y espero con él en el
pasillo sin hablar de nada en especial, miraban a las enfermeras pasar delante
de ellos, para adelante y para atrás, hablaban entre ellas, entraban en la
habitación de su jefe. Nadie les daba noticias habían pasado unas horas, y
seguían en la misma situación, Alejandro pregunto por la mujer de su jefe, pero
al no ser familiar directo no le quisieron contestar.Quizá tendría que
preguntar en plan policía malo, era la única forma de conseguir respuestas.
Termino sentándose viendo pasar otras cuantas horas sin después en el
suelo frío de los pasillos esperando, hasta que un médico se dirigió hacia
ellos. Alejandro se puso en pie y miro al doctor, no era muy mayor para estar
allí.
–El señor
Ramírez está en perfecto estado, ha inhalado algo de humo, y se quedara aquí
algunas horas más en observación, luego le daremos el alta si todo sigue como
hasta ahora-dijo el médico mirándolos a dos.
-¿Y su mujer?-pregunto
Alejandro. El medico miro sus informes un largo rato. Alejandro pudo ver en
ellos la duda de si contarlo o no, luego el medico lo miro.
–Tiene
quemaduras de tercer grado en el…ochenta por ciento de su cuerpo, está bastante
grave, pero tenemos esperanzas de que se salve estas veinticuatro horas sin
importantísimas-respondió el médico, Alejandro asintió se despidió de su amigo
y volvió a la habitación de su hijo para estar con él.
El sonido de alguien que petaba en la puerta despertó a Alejandro, se
froto los ojos y se sentó como pudo en la cama con cuidado de no despertar a
Nico, con el que había dormido aquella noche.
–Adelante-dijo Alejandro mirando la puerta, esta se abrió y vio a uno de
sus compañeros-Buenos días ¿Qué hora es?-pregunto Alejandro rascándose un poco
la cabeza con un ojo medio abierto y el otro cerrado esperando acostumbrarse a
la luz del día.
–Las
ocho de la mañana-dijo su compañero mirando a Alejandro.
-¿Por qué me despiertas tan
temprano?, ¿Esta bien el jefe?-pregunto Alejandro saliendo de la cama y
acercándose a su compañero.
–No es el jefe, el sigue descansando, es su mujer-dijo el
compañero.
-¿Se ha puesto peor, verdad?...pobre
mujer-dice Alejandro pensativo, apenas la había visto, pero se llevaba de
maravilla con ella, cuando aún vivía su mujer la habían invitado a ella y a su
jefe al bautizo de su hijo, era una gran persona. De estas de las que no te
cansas de estar a su lado por mucho tiempo que pase.
–Ha
muerto Alejandro…no ha resistido las quemaduras-dijo el compañero como mejor
pudo.
–Dios mío…que descanse en paz- dijo Alejandro cabizbajo.
–Tú conoces más a Mario-dijo el compañero refiriéndose al jefe-deberías
estar su a tu lado, el medico va ahora a su habitación a contárselo-Alejandro
no espero dos segundos se puso las deportivos de cualquier manera sin darse cuenta de que se los puso en los
pies equivocados y corrió por los pasillos ajeno a las protestas de las
enfermeras llegando a la puerta de su jefe y entrando sin petar, el medico
estaba hablando con el del tiempo que hacia fuera, mientras su jefe lo atendía
hasta que vio a Alejandro y sonrió de oreja a oreja. Todavía no sabía nada.
Alejandro respiro tranquilo y lo agarro cariñosamente de la mano, en estos
momentos recordaba como su jefe había estado encima de él cuándo su mujer había
muerto, invitaba a Alejandro y a Nico en navidad, algunos festivos. Siempre
pendiente de ellos dos. Ahora Alejandro tenía que devolverle ese favor.
-¿Pero
dónde estabas metido Alex?, ¿Ligando con alguna enfermera?-pregunto el jefe
bromeando con Alejandro como siempre.
–Casi pero no-dijo Alejandro intentando sonreír sin ser capaz.
-¿Cómo está mi mujer?, Aún no me han dicho nada ¿Tu sabes como
esta?-pregunto Mario mirando a Alejandro. Alejandro miro al médico este último
cogió algo de aire, como si en verdad le hiciese falta.
–Señor
Ramírez, lo sentimos mucho. Pero su mujer ha muerto a causa de las
quemaduras-dijo el médico finalmente. El silencio lleno aquella habitación tan
pequeña enseguida, Mario estaba tan pálido como las paredes de aquel hospital,
no pestañeaba si quiera. Si no fuera porque su pecho subía y baja. Alejandro
podría jurar que había dejado de respirar. El medico decidió irse y dejar solos
a los dos hombres.
Mario no dijo nada, se quedó mudo mirando su anillo de casado adornando
su gran mano morena y algo peluda en los nudillos de los dedos. Daba vueltas al
anillo sobre el dedo, luego lo quito y siguió mirando el anillo en su mano sin
decir palabra todavía. Alejandro le dio tiempo, prefirió no empezar él ninguna
conversación. Tampoco es que supiera exactamente por dónde empezar en un
momento así, por lo que intento recordar cómo habían hecho con él. De algo
tendría que valerle su experiencia para ayudar a su mejor amigo y jefe.
–Necesito
estar solo-dijo Mario finalmente.
–Mario, no es bueno que te quedes solo-dijo Alejandro con cuidado mirando
a su jefe.
–Sera un momento…por favor-dijo Mario, Alejandro asintió de mala gana y
salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Espero unos minutos
mirando su reloj cada dos por tres. Habían pasado dos minutos, cuatro minutos,
seis minutos. Decidió entrar cuando ya habían pasado quince minutos. La
habitación estaba vacía completamente, el anillo de casado de su jefe
descansaba sobre la mesilla de noche y la ventana estaba abierta de par en par.
La cacería
Alejandro se
acercó a la ventana, con el nudo en la garganta oprimiéndole la respiración,
cuando estaba apuntó de asomarse para ver si Mario estaba allí o se había
tirado al vació. El sonido de una cisterna dentro de la habitación hizo que
Alejandro se diera media vuelta y mirara para la puerta azul que daba al baño.
Mario salió de allí minutos después y miro a Alejandro. Este último salvo la
distancia que había entre los dos y lo abrazo con fuerza, notaba sus manos
temblarle y el sudor resbalar por su frente del miedo que había pasado.
-¿Cuándo
me dan el alta?-pregunto Mario sin responder al abrazo.
-¿Cómo? No tengo ni idea la verdad…oye ¿Qué haces vestido?-pregunto Alejandro
mirando que Mario ya estaba vestido con su ropa del otro día quemada.
–Vamos a por esa asesina, se le acabaron las horas de libertad, coge tu
arma y vente conmigo…se va a acordar de mi-dijo Mario cogiendo su arma y poniéndola
en su funda.
–Espérame en la salida, yo tengo mis cosas en la habitación de Nico, no
se te ocurra irte sin mí-dijo Alejandro mirando a su jefe, luego corrió a su
habitación oyendo de nuevo las protestas de las enfermeras. Al final lograrían
que lo echase de allí por hacer tanto escandaló. Entro en la habitación y busco
su arma entre sus cosas.
–Alejandro, tienes los tenis puestos del revés-le dijo María sentada al
lado de Nico, que ya estaba despierto y más tranquilo.
-¿Qué?...anda
pues sí, gracias María-dijo Alejandro regalándole a aquella mujer una tierna
sonrisa. Se acercó a Nico le dio un beso en la frente y se marchó ocultando su
arma dentro de los pantalones ayudándose de la camisa para esconderla y así
evitar asustar a la gente del hospital. Una vez que estaba fuera se dirigió al
lugar acordado con Mario. Su jefe por suerte estaba esperando por el bastante
tranquilo, se miraron dos breves segundos y se pusieron en marcha sin más
dilación.
Recorrieron las calles,
preguntaron a la gente. Nadie la había visto aquel día. Decidieron adentrarse
en los pequeños barrios pobres. Olía a alcantarillas, las ratas y los ratones
se paseaban tan campantes y a sus anchas por aquellas callejuelas sucias y
apestosas. Había grandes barriles apilados en cualquier esquina con trozos de
madera seca para hacer fuego, otros tenían ya los trozos carbonizados. La gente
que allí había aun dormía, tapada con montones de cartones sobre sus cuerpos, y
usaban de almohada alguna de las ropas rotas y viejas que encontraban en los
contenedores. Alejandro vio que Mario saco su arma grácilmente de la funda y se
acercaba a uno de los pocos que debían de estar despierto a esas horas.
–Buscamos a una niña de unos…Dile tu Alejandro, has tenido más contacto
con ella-le dijo su jefe, Alejandro asintió y se puso de cuclillas para hablar
con el hombre cara a cara.
–Buscamos a una niña de diez años, de pelo rubio. Ella vende cerillas
cerca del río West-dijo Alejandro.
-¿Buscáis a la cerillas?-pregunto el hombre, su aliento olía a puros y a
alcohol.
–Sí, es importante que nos digas donde encontrarla, somos policías-dijo
Alejandro mirándolo.
–No deberíais buscarla, ni molestarla…es peligrosa-contesto el
hombre.
–Lo sabemos…díganos donde encontrarla-repitió Alejandro ya con un tono
más duro, para que el hombre no tratara de darles largas.
–Ella
vive, debajo del puente del rio West. Suele estar siempre allí-respondió el
hombre.
–Bien muchas gracias, vamos Mario, tenemos un lugar-dijo Alejandro
echándose a correr, por donde habían venido, no le importaba si perdía a Mario
de vista, lo importante era encontrarle a ella primero, era importarte darle
caza. Antes de que volviera a actuar.
Llego
más pronto de lo que pensaba al puente, busco unas escaleras por donde bajar,
pero no le hizo falta, la niña salía de allí con su cestita de mimbre. En
cuanto levanto la mirada, y vio Alejandro, él supo que lo había reconocido, la
pequeña soltó entonces la cesta y se echó a correr rápidamente. Esta vez
Alejandro traía ayuda, le pidió a Mario que fuera por otro lado y Alejandro
corrió tras ella por el mismo camino, no la perdería de vista. Ya no.
–Alto, detente. Policía, estas detenida-dijo Alejandro yendo tras de
ella, la niña era rápida, pero no contaba con que Alejandro tenía mucha
experiencia yendo tras delincuentes. Esta vez iba tras ella y no la perdía de
vista en ningún momento. La niña se metió por un callejón, y Alejandro la siguió.
Cargo su arma apunto, dispuesto a disparar en cualquier momento. No contaba con
que Mario estuviera al otro lado apuntando a la niña, que levantaba las manos
hacia arriba en señal de rendición.
–No hagas ningún movimiento brusco…-dijo Mario.
–Detenla
tú, Mario, yo la apunto tranquilo-dijo Alejandro apuntando a la cabeza de la
niña, ahora no le importa si era una niña o no, solo le importaba que si
trataba de escapar no fuera con vida, ya se había cobrado suficientes vidas
ella sola, como para dejarla libre.
Su jefe guardo el arma, y saco las esposas, camino lentamente hacia la
niña, esta no se movía, sus manos seguían quietas por encima de su cabeza. No
parecía que le importase que la detuviesen. Mario se acercó por detrás de la
niña, y empezó a ponerle la primera esposa en la muñeca. Entonces la niña se movió
con rapidez y consiguió morder a Mario en la mejilla con rabia. El hombre grito
al sentir el dolor, y trato de zafarse de ella. Alejandro sin embargo mantuvo
la calma y busco un buen punto donde poder disparar sin darle a su jefe, pero
como si la niña lo supiese, se movía intentando no ser un blanco fácil. Mario
logro sacudirse a la niña de encima, tenía un gran mordisco en la mejilla
izquierda, una hilera de pequeños dientes marcados en su cara. Entonces la niña
empezó a correr hacia Alejandro y este disparo sin pensarlo dos veces.
El
cuerpo de la niña cayo inerte sobre el suelo frio, sucio y arenoso, pestañeo
unas cuantas veces, mientras su pequeño cuerpo poco a poco perdía sangre. Un
charco empezó a formarse alrededor de la niña, manchando de carmín su ya sucio
y mugroso vestido. Alejandro y Mario esperaron un poco, hasta que finalmente la
pequeña murió sin remedio. Alejandro la cogió en brazos con delicadeza
sujetándola contra él, sin importarle la sangre y volvió junto con su jefe de
vuelta al hospital.
Apenas se lo podía creer, la asesina de las cerillas finalmente estaba
muerta, habían acabado con la causante de muchas desgracias, de muchas
tragedias. Alejandro no podría creerse que algo tan pequeño como aquello,
pudiese ser capaz de hacer tanto daño. Todo había terminado por fin. Podía
respirar tranquilo, lo único que no le gustaba fue tener que haberla matado de
esa manera, pero era realista. La niña jamás hubiera ido a la cárcel y seguiría
con sus matanzas era mejor aunque lo sintiese en el alma que hubiese muerto.
Ahora por fin podría descansar.